Fe, pertenencia y el vacío contemporáneo: qué buscamos realmente cuando buscamos sostén
En los últimos meses hay algo que me viene llamando la atención. Entre noticias, conversaciones y señales débiles que recojo cada mañana para la newsletter, noto un patrón que se repite: en un mundo cada vez más secular, la fe está reapareciendo como si fuese un ancla emocional. Y no hablo solo de religión. Hablo de la fe en sentido amplio: fe en alguien, en algo, en un sistema, en una narrativa que ordene la vida y calme el ruido.
Cuando observo este fenómeno, lo que veo no es solo un retorno espiritual. Es una búsqueda desesperada de sostén. De pertenencia. De sentido. Y también es un síntoma de algo más profundo: el cambio en el eje de la confianza. Las instituciones pierden peso, las personas ganan terreno. Y cuando se cae la estructura que te sostenía, el cuerpo busca otra.
Este artículo va sobre eso: qué buscamos cuando buscamos fe. Qué revela esta tendencia. Y cómo encaja con la forma en que hoy construimos comunidad, vínculo y confianza.
La fe como postura humana, no religiosa
A veces confundimos fe con creencia religiosa, pero no es lo mismo. La fe aparece cada vez que el ser humano necesita sentido en medio del caos. La fe es un mecanismo de supervivencia emocional. Un intento de ordenar lo que no controlas.
Vengo de un país profundamente religioso y crecí viendo la fe como parte del paisaje. Cuando emigré a España, me encontré con un contraste enorme: sociedades cada vez más seculares, donde la fe se esconde, se disimula o se traslada a otros lugares. El resultado es curioso: la necesidad humana sigue ahí, pero ya no se canaliza igual.
Hoy la fe se desplaza hacia otros objetos: las rutinas de bienestar, los gurús del propósito, los líderes de comunidades digitales, los sistemas de productividad, los algoritmos… Nada de esto es religión, pero cumple la misma función: da marco, da sostén, da orden interno.
Y lo interesante es la pregunta que no dejamos de hacernos: ¿qué está pasando por debajo para que necesitemos tantos soportes externos?
El vacío contemporáneo: cuando la autonomía nos pesa más de lo que admitimos
Vivimos en sociedades que glorifican la autonomía individual. “Tú puedes con todo”, “constrúyete tu camino”, “sé tu mejor versión”. Suena bonito, pero tiene una cara oscura: la absoluta responsabilidad sobre tu propia vida.
Cuando todo depende de ti, el peso se vuelve enorme. Y aparece un hueco que no sabemos llenar.
Ese hueco —ese vacío— es silencioso, pero está en todas partes: en la soledad cada vez más reportada, en el burn-out colectivo, en la ansiedad creciente por tomar decisiones correctas, en la necesidad de validación constante… Es el vacío que aparece cuando la comunidad deja de ser obvia, cuando las instituciones pierden autoridad y cuando los vínculos no alcanzan para sostenernos.
Ese vacío también explica por qué, aunque digamos que nos alejamos de lo religioso, nos estamos acercando a nuevas formas de fe. La fe, al final, cumple una función: sentir que no estás solo en el mundo.
Señales débiles que confirman el movimiento
Me gusta fijarme en señales pequeñas que anticipan cambios grandes. Algunas las veo cada mañana en las noticias que selecciono para “Al día”. Otras las observo en conversaciones, comportamientos y patrones sociales.
Estas son algunas que llevo tiempo viendo:
La espiritualidad light convertida en producto.
El bienestar dejó de ser una práctica y se convirtió en una industria. Y en esa industria, muchos están buscando guía, pertenencia y un relato que ordene la vida.La figura del “líder emocional” en auge.
En contextos de desconfianza institucional, las personas buscan referentes humanos: creadores, emprendedores, coaches, divulgadores, líderes de comunidades digitales. Gente “de carne y hueso”. Gente en la que puedan confiar.La necesidad de “tribus” que confirmen quién eres.
Desde comunidades de fitness a clubs profesionales, pasando por fandoms digitales. No buscamos solo información: buscamos compañía emocional.El aumento de discursos públicos sobre fe.
En países muy seculares, ver a figuras públicas hablar sin pudor de espiritualidad o religión es una señal de que está ocurriendo un giro cultural. No es casual: la gente busca algo que sostenga cuando la vida va demasiado rápido.
Estas señales no son tendencias individuales. Forman parte de un mismo movimiento: la necesidad de un sostén colectivo en tiempos de incertidumbre.
De instituciones a personas: el gran cambio en la confianza
Para mí es claro: la confianza ya no se deposita en instituciones, sino en personas y en comunidades pequeñas.
Los expertos ya no son solo expertos. Son figuras que encarnan una historia, una coherencia y una forma de mirar el mundo. La confianza hoy es visible, humana y emocional.
En mis talleres lo veo cada vez más: las personas no confían en un logo, confían en una persona que les habla, que responde, que se equivoca, que muestra criterio, que acompaña sin juzgar. La fe contemporánea se deposita en figuras humanas que ofrecen algo que las instituciones no están logrando dar: cercanía, escucha, empatía, presencia.
Ese movimiento es precioso, pero también delicado: si pones tu fe en una persona, esperas que esa persona no se rompa, no cambie, no falle. Y ahí es donde vuelve a aparecer el vacío: porque somos humanos, no estructuras.
La fe como búsqueda de pertenencia: lo que de verdad está debajo
Cuando alguien dice “tengo fe”, en la forma que sea, muchas veces lo que está diciendo es “necesito un lugar donde pertenezco”. Porque en ese lugar se respira algo que afuera falta: coherencia, significado, dirección.
La fe no es solo refugio. Es identidad compartida.
En mis años liderando Goiko, vi eso de forma muy clara sin hablar jamás de fe. La gente no entraba solo por una hamburguesa. Entraba porque se sentía parte de algo. Entraba por el ritual, por la historia, por la familiaridad de la experiencia. Lo mismo ocurre hoy con las marcas que construyen comunidad: no venden productos, ofrecen pertenencia.
Y pertenecer, para el ser humano, es vital. No es una opción aspiracional. Es una necesidad biológica.
Mi perspectiva como inmigrante: lo que cambió en mí al cambiar de país
Cuando emigré, perdí de golpe los códigos que me sostenían. Mis rituales, mis referencias, mis raíces, mi comunidad. Y en ese vacío apareció algo muy humano: la necesidad de volver a sentirme parte.
Ahí entendí algo que no había comprendido de verdad hasta entonces: no perteneces solo a tu cultura, tu idioma o tu historia. Perteneces a aquello que te hace sentir acompañado en el mundo.
España me enseñó a reinterpretar esa pertenencia sin estructura religiosa. A construir sostén en lo humano, en lo cotidiano, en las conversaciones, en el trabajo, en los vínculos que vas tejiendo cuando estás lejos.
Esa experiencia me hizo mirar la fe desde otro ángulo: no como dogma, sino como el deseo profundo de no caminar sola. Por eso entiendo cuando veo a más gente buscar sostén en lugares inesperados. Es la misma raíz.
¿Qué hacemos con esta necesidad de fe?
No tengo respuestas absolutas. Pero sí tengo algunas preguntas que valen la pena:
– ¿En qué o en quién estás depositando tu sentido hoy?
– ¿Ese sostén es sólido o es una ilusión temporal?
– ¿Qué parte de ti busca pertenecer y por qué?
– ¿Qué vacío estás intentando llenar sin nombrarlo?
– ¿Qué señales te está dando tu vida sobre lo que necesitas sostener realmente?
No buscamos fe, buscamos sostén.
No buscamos gurús, buscamos compañía.
No buscamos verdades absolutas, buscamos sentido.
Y quizá el punto no sea eliminar esa búsqueda, sino hacerla consciente.
No escribo este artículo para decirte dónde buscar sostén ni qué creer. Lo escribo porque entender lo que nos mueve nos da claridad. Y porque, si algo sé después de años estudiando comunidades, marketing y comportamiento humano, es que la pertenencia siempre encuentra una forma de expresarse.
La pregunta no es si necesitamos fe.
La pregunta es qué intentamos sostener cuando la vida se vuelve demasiado grande para llevarla sola.

